
Transgénicos: Entre Políticas Públicas y Juventud Guaraní
Por: Roxana Ruiz[1] /Mariela Espinoza[2]
Durante las últimas semanas se ha escuchado hablar de los “transgénicos” como un debate en el entorno empresarial y el actual escenario político en medio de la cuarentena que vive nuestro país. Pero es importante señalar que este polémico tema se viene gestando desde 1996, año inicial del cultivo de transgénicos, con algunas “especies” de manera experimental y que fueron incrementándose con el tiempo hasta llegar a una superficie 191,7 millones de hectáreas al 2018. Maíz, soya, colza y algodón fueron los primeros cultivos, ahora también destacan la alfalfa, la remolacha azucarera, la papaya, el zapallo, la berenjena, las papas y las manzanas. A nivel mundial, Estados Unidos, Brasil, Argentina, Canadá e India[3] cultivan el 91% de la total superficie, donde Bolivia solamente representa el 0,6% con la soya.
Pero, ¿qué son los transgénicos o los Organismos Genéticamente Modificados (OGM u OMG)?. Entendemos, es aquel cuyo material genético ha sido alterado/transformado de manera artificial proporcionando nuevas características o propiedades que no podrían darse de forma natural. Según la Real Academia Española, “dicho de un organismo vivo que ha sido modificado mediante la adición de genes exógenos para lograr nuevas propiedades”.
Bolivia y las normas sobre los OGM
En el caso boliviano, aunque parezca extraño y contradictorio, la CPE vigente desde el 2009, en su artículo 255, par. II, Num. 8, menciona, “seguridad y soberanía alimentaria para toda la población; prohibición de importación, producción y comercialización de organismos genéticamente modificados y elementos tóxicos que dañen la salud y el medio ambiente”; la misma en su artículo 409 garantiza que “la producción, importación y comercialización de transgénicos será regulada por ley”.
El 26 de junio de 2011, el ex-presidente Evo Morales, promulgó la Ley N° 144 de Revolución Productiva Comunitaria Agropecuaria, que legaliza el uso de transgénicos en el país e impulsa la importación de productos transgénicos. Dicha ley, tiene como principio garantizar la seguridad alimentaria, en su artículo 19, numeral 5, señala que “se establecerán disposiciones para el control de la producción, importación y comercialización de productos genéticamente modificados”.
Por otro lado, la Ley Marco de la Madre Tierra y Desarrollo Integral para Vivir Bien Nº 300, en su artículo 24, Núm. 7, insta a “desarrollar acciones de protección del patrimonio genético de la agrobiodiversidad, prohibiendo la introducción, producción, uso, liberación al medio y comercialización de semillas genéticamente modificadas en el territorio del Estado Plurinacional de Bolivia”, pues nuestro país es considerado centro de origen y diversidad de innumerables cultivos (entre ellos papa, quinua, maíz, raíces andinas, yuca, copoazú), por lo que ninguna persona u organización pública o privada puede atentar contra el patrimonio genético, la biodiversidad, la salud de los sistemas de vida y la salud humana. En cuanto al desarrollo de acciones para este fin, el Núm. 8, menciona que se deben “desarrollar acciones que promuevan la eliminación gradual de cultivos de organismos genéticamente modificados autorizados en el país a ser determinada en una norma específica. El Num. 11, nos aclara de manera concreta, indicando que se deberá “prohibir la producción de agrocombustibles y la comercialización de productos agrícolas para la producción de los mismos en tanto que es prioridad del Estado Plurinacional de Bolivia precautelar la soberanía con seguridad alimentaria”.
Por el momento, la soya es el único evento transgénico autorizado que puede aplicar semilla modificada. El 1 de julio de 2005, mediante Decreto Supremo Nº 28225, los ministerios de Salud y Deportes y de Desarrollo Económico, autorizaron la producción agrícola y de semillas genéticamente modificadas, denominadas OGM.
En ese marco y mediante Decreto Supremo Nº 4232/2020 emitido el 7 de mayo del 2020, la actual Presidenta del Estado Plurinacional de Bolivia, invoca al Comité Nacional de Bioseguridad (Creada en 1997[4]), autorice la evaluación de 5 cultivos transgénicos: maíz, soya, algodón, trigo y caña de azúcar justificando que las consecuencias del COVID-19 generará una crisis económica fatal y que la actividad agrícola ligada a la producción de transgénicos sería una buena opción para la generación de nuevos empleos y por otro lado, el precio de estos alimentos y otros productos elaborados a base de los mismos disminuirían, lo que permitiría brindar seguridad alimentaria a toda la población boliviana.
¿Qué piensa la juventud guaraní sobre los transgénicos?
Gracias al acceso cada vez mayor a los teléfonos celulares y al poder mediático que éste instrumento representa, los jóvenes guaraníes que viven en comunidad saben del polémico Decreto Supremo antes mencionado. A continuación compartimos sus criterios y percepciones al respecto:
Lisbeth Justiniano (Kuarirenda, Bajo Isoso), señala que “los transgénicos tienen químicos, por lo que pueden enfermarnos. Escuché también que pueden provocar cáncer y como sabemos esta enfermedad puede terminar con nuestras vidas muy rápido”. Por esta definición entendemos que ella no está de acuerdo con su consumo, a lo que adicionalmente argumenta, “mi abuelita dice que ellos antes vivían muchos años porque consumían alimentos naturales”, mostrando con esto, su preferencia hacia una alimentación saludable, por ende “natural”, tal como lo hacían sus ancestros.
Nilson Chávez, un joven profesional agropecuario (Machipo, Parapitiguasu) comenta que “si se cultiva maíz transgénico en mi comunidad, hará que nuestro maicito que sembramos con nuestra propia semilla se pierda, porque será contaminado, haciendo que todo nuestro maíz se haga transgénica”. De esta manera también Nilson nos manifiesta su desacuerdo, aunque está consciente que en estos últimos años, sin presencia de maíz transgénico, la cantidad de variedades de maíces nativos que su comunidad originalmente poseía va disminuyendo notoriamente. Esto ocurre a consecuencia de la llegada de la primera ola de mejoramiento genético, allá por la década del 80 donde se introdujo variedades mejoradas de maíz (sobre todo de grano duro) y después, se convirtió en antesala para la llegada de los maíces “híbridos”.
Karelis Soliz, una estudiante de colegio (Centro urbano, Charagua Pueblo) indicó que “supuestamente los transgénicos están enfocados para mejorar nuestra economía, aumentar la producción agrícola, pero, ¿qué hay de nuestra salud?, pues no hay resultados certeros de que causen buen efecto a nuestra salud. También entiendo que traería graves impactos en el medio ambiente, dañando el suelo, la fauna y la flora, por el uso de herbicidas”. Con estas palabras nos revela también su oposición a los transgénicos.
Con estas expresiones, entendemos que la juventud guaraní se suma a las voces de varias instituciones y organizaciones sociales que manifestaron su contundente rechazo al D.S. N° 4232. La declaración más categórica la hizo Ademir Rosado (Iguasurenda, Iupaguasu), mencionando que “definitivamente yo rechazo el ingreso de los transgénicos dentro de mi país, capitanía y comunidad”. De la misma manera, Daniel Yarigua (El Espino, Charagua Norte), concluye, “desde el punto de vista comunitario, NO podemos aceptar el uso de transgénicos, ya que no forma parte de nuestra cultura ni de la siembra tradicional, porque atenta contra la soberanía y seguridad alimentaria de nuestros ’tetara reta´, porque solo favorecería a los agroindustriales generándoles una gran actividad lucrativa”.
Puntualizando las opiniones
La opinión de la juventud guaraní consultada, indudablemente es enriquecedora y nos ayuda a poder centrar nuestro análisis y opinión. Estamos en la era de la biotecnología y tenemos que abrir el debate sobre sus consecuencias positivas o negativas para los pueblos indígenas y para todos los bolivianos. Las expresiones y preocupaciones juveniles en esta ocasión nos aportan con lo siguiente:
- No hay certeza si el consumo de alimentos transgénicos afecte a la salud. Inconscientemente, muchos de nosotros consumimos por ejemplo soya transgénica a través de un jugo Ades, una leche Pil o el queso menonita y no sabemos, si nos hacen daño, son fuente de cáncer u otras enfermedades. Para resolver esta duda, nosotros los consumidores, deberíamos exigir a los gobernantes de turno, a que obliguen a los fabricantes o importadores que incluyan en los envases de sus productos una etiqueta pegada donde resalte la frase: “este producto ha sido elaborado con soya transgénica” para que tomemos la decisión de comprarlo o no.
- No se tiene claridad en que magnitud los cultivos transgénicos pueden contaminar los suelos. Es verdad que en un cultivo transgénico se utiliza menos insecticidas y otros agroquímicos, pero esta ventaja solamente “disminuye” sus efectos adversos al suelo. Esto indudablemente favorece a los productores agroindustriales ya que gastan menos en insumos y ganan más con la producción obtenida.
- Los cultivos transgénicos pueden contaminar especies nativas cultivadas que tienen polinización cruzada. ¿Qué pasaría en especies como el maíz, si contiene un gen de otra especie y se cruza con una variedad nativa?, ahí la legislación boliviana como mencionamos al principio regula este cultivo. El Chaco es un “centro de origen o de biodiversidad del maíz” y como tal, la Ley Madre Tierra art.24 num.7, la protege, puesto que la introducción de maíz transgénico afectaría a la diversidad de maíces tradicionales que perviven entre los guaraníes. Por tanto, la decisión de cultivar maíz transgénico debe ser consultado con los afectados.
- Los transgénicos generan dependencia. En la agricultura familiar, el productor decide que producir, para ello, utiliza sus propias semillas, controla plagas de manera natural y aplica varias prácticas agroecológicas. En cambio, con los transgénicos para cada campaña agrícola, el productor debe comprar semillas, que tengan la cualidad buscada (resistencia a la sequía, a herbicidas u otro), de las empresas transnacionales.
- Los transgénicos atentan contra la soberanía alimentaria. Los transgénicos están orientados a la producción agrícola a gran escala, a producir alimentos en grandes cantidades, supuestamente para reducir el hambre de la gente. Sin embargo, lo que ocasiona es obligar indirectamente a los agricultores pequeños a disminuir su amplia biodiversidad cultivada a solamente unas cuantas. Cuando sus ganancias o ventajas comparativas disminuyan, se habrá perdido muchas cosas, entre ellas, las semillas nativas, insumo esencial para la seguridad y soberanía alimentaria.
Por último, mencionar que el problema está latente y ya viene de varias décadas atrás, pasando por varios gobiernos nacionales de turno. Es menester, el debate serio y consistente con la participación de las organizaciones indígenas, instituciones, entidades públicas y privadas, para definir de manera conjunta un posicionamiento colectivo sobre esta materia. Que el COVID-19, no represente la excusa para tomar decisiones apresuradas que a la larga pueden generar irremediables pérdidas.
[1] Docente del Centro de Educación Permanente “Arakuaarenda” y Consultora asociada de la Fundación Centro Arakuaarenda.
[2] Directora Encargada del Centro de Educación Permanente “Arakuaarenda”
[3] https://elfulgor.com/noticia/644/crecen-a-190-millones-las-hectareas-de-cultivos-transgenicos-en-el-mundo Semanario El Fulgor, entre luces y sombras Crecen a 190 millones las hectáreas de cultivos transgénicos en el mundo. Oruro, Bolivia. 29/05/2020.
[4] Bolivia: Reglamento sobre bioseguridad, 21 de junio de 1997. https://www.lexivox.org/norms/BO-RE-DS24676B.html.
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